La campaña en Chile

1· Batalla de Chacabuco

2· Cancharrayada

3· La Batalla de Maipú


1· Batalla de Chacabuco

Bartolomé Mitre (1821-1906)
Presidente de la Nación. General.
Autor de Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana.
Un sillón de la Academia Sanmartiniana lleva su nombre.

La noche era de luna. Al mismo tiempo que la vanguardia realista se acordonaba sobre la cumbre de la "Cuesta Vieja", el ejército argentino formaba al pie de ella en el orden de batalla prescripto.


Repartiéronse las municiones a razón de 70 cartuchos por hombre; los soldados abandonaron sus mochilas para marchar al combate con más desembarazo, y a las 2 de la mañana del 12 empezó a ascender la montaña en columna sucesiva. Al llegar a la bifurcación de los dos caminos antes indicados, la división de Soler tomó el de la derecha, precedida por el batallón de cazadores, y la de O'Higgins el de la izquierda (rumbo sur ambas) siguiendo el general en jefe a retaguardia de ellas con su estado mayor y la bandera de los Andes custodiada por el resto del batallón de artillería, cuyos cañones de batalla no habían llegado aún. Ya no era San Martín el sableador de Arjonilla o de Bailen y San Lorenzo; ganaba las batallas en su almohada, fijando de antemano el día y el sitio preciso, y justamente en ese mismo día estaba aquejado de un ataque reumático nervioso que apenas le permitía mantenerse a caballo. Era su cabeza y no su cuerpo la que combatía.

La división de Soler se internó silenciosamente en los tortuosos desfiladeros de la derecha, cubierta por una larga cerrillada. La división de la izquierda trepó la cuesta formada en columna. Una guerrilla del núm. 8, con su correspondiente reserva, cubría su flanco izquierdo por un sendero paralelo separado por una quebrada, con el doble objeto de llamar la atención y reconocer la posición enemiga a la vez que precaverse de un ataque de flanco. Un piquete de caballería exploraba los rodeos del camino a fin de levantar las emboscadas en los recodos y descubrir si se habían construido fortificaciones. La guerrilla flanqueadora se posesionó de unas breñas inmediatas a la cumbre y rompió el fuego, que fue contestado por otra guerrilla que salió a su encuentro; pero apenas habían cambiado algunos tiros cuando inopinadamente apareció la cabeza de la columna de O'Higgins dando vuelta un recodo a tiro de fusil, tocando los tambores a la carga. La vanguardia realista, que no esperaba el ataque, y que había visto la columna de la derecha argentina asomar por su flanco izquierdo al término de la cerrillada que hasta entonces la enmascaraba, y que a la vez se veía acometida por el flanco y la retaguardia, abandonó precipitadamente la posición sin pretender hacer resistencia.

La cumbre fue coronada por los atacantes con las primeras luces del alba al son de músicas militares, y desde su altura pudieron divisar la vanguardia que se retiraba en formación cuesta abajo, y al pie de ella al ejército enemigo formado en la planicie de Chacabuco. El primer obstáculo estaba vencido, y la batalla se daría punto por punto, con algunas variantes, según las previsiones de San Martín.

DISPOSICIONES DE LOS REALISTAS

El general realista, contando disponer de dos días más y recibir en este intervalo mayores refuerzos, se había movido en la madrugada de ese día de las casas de Chacabuco y establecido su línea a cinco kilómetros hacia el Este al pie de la "Cuesta Vieja". La marcha anticipada del ejército argentino y lo rápido y bien combinado del ataque no le dieron tiempo ni para ocupar la cumbre como lo había proyectado, ni para proteger siquiera su vanguardia que descendía en fuga, perseguida por la caballería argentina.

Las disposiciones que tomó en tan crítico momento fueron acertadas, cooperando eficazmente a ellas el valeroso Elorreaga, que según la tradición, fue el verdadero general en jefe. Tendió su línea de batalla plegada a la falda de los cerros opuestos a la serranía de Chacabuco, extendiéndose por su perfil que se elevaba como una plataforma sobre el llano, protegida en parte por tapiales y cercos de espinos, de manera de cubrir la bajada de la "Cuesta Vieja" y dominar con sus fuegos el lecho de un estero como de 400 metros de ancho, por donde corría un arroyuelo que descendía de un profundo barranco del este. Apoyó su derecha en este barranco, que era invulnerable, donde estableció dos piezas de artillería que batían diagonalmente la boca de la "Quebrada de los cuyanos", por donde debía asomar el ala izquierda argentina, y su izquierda en un mamelón escarpado que coronó de infantería.

Entre estos dos extremos formó sus batallones en columnas cerradas, intercalando entre ellas sus tres piezas restantes. La caballería fue colocada a retaguardia sobre el flanco izquierdo, y parte de ella en guerrillas para proteger la retirada de la vanguardia. En esta actitud esperó pasivamente pero con firmeza el ataque, no obstante el desaliento visible de su tropa de que él mismo participaba, aun antes de sospechar el movimiento de la columna que debía tomarlo por el flanco izquierdo y la espalda, cerrándole la retirada del valle. Eran las 9 de la mañana cuando la vanguardia realista, en fuga, pero no deshecha, alcanzó la planicie.

PRELIMINAR DE CHACABUCO

Al tiempo de coronar la cumbre el ala izquierda argentina, los tres escuadrones de Granaderos mandados por el coronel Zapiola tomaron la vanguardia y picaron la retirada de lo s realistas , sosteniendo un fuerte tiroteo; pero lo escabroso del terreno no permitía a la caballería maniobrar con ventaja, y su avance hubo de ser lento, de manera que sólo pudo llegar a la boca de la quebrada a eso de las 10 de la mañana cuando la división de O'Higgins se hallaba todavía a media cuesta. La boca de esta quebrada, que da acceso a la parte más estrecha del valle de Chacabuco, se desenvuelve en un suave plano inclinado al tocar el llano, y está flanqueada por un elevado cerro al este y por un morro destacado al oeste, que desde entonces se llamó de "Las tórtolas cuyanas". Si los enemigos hubiesen ocupado esta fuerte posición, habrían dificultado la marcha de O'Higgins; pero el avance de los Granaderos no les dio tiempo para ello, aunque lo intentaron. En un principio destacaron una guerrilla sobre el morro del oeste o de las Tórtolas, que puede contornearse por barrancos que son como caminos cubiertos; pero fue contenida por una compañía dispersa en tiradores, mientras un escuadrón impedía el aproche (sic) del cerro del este y los dos escuadrones restantes ocupaban el espacio intermedio. En ese momento las dos piezas situadas sobre la derecha realista, rompieron un vivo fuego a bala, y el coronel Zapiola, considerando inútil exponer su tropa a descubierto, tomó una posición más segura a retaguardia. Eran las 11 de la mañana. En ese momento llega el ala izquierda con O'Higgins a su cabeza, ocupa a paso de trote la boca de la quebrada y despliega en línea de masas sus batallones dejando en reserva los Granaderos plegados en columna.

Éste fue el preliminar de la batalla.

BATALLA DE CHACABUCO

O'Higgins, al ver retirarse la vanguardia realista perseguida por los Granaderos, pidió autorización para esforzar la persecución a fin de impedir se reorganizase al pie de la cuesta, y el general se la dio, pero recomendóle que no empeñase la acción, pues su papel era meramente concurrente y sólo debía comprometerla cuando la columna de Soler hubiese ejecutado el movimiento decisivo que le estaba asignado.

O'Higgins era un héroe en el combate, pero carecía de las cualidades del general y de la sangre fría de un jefe divisionario, estando además animado de pasiones tumultuosas que lo precipitaban, como él mismo lo ha dicho disculpándose; así es que, arrastrado por el movimiento impetuoso que imprimió a sus tropas, olvidó lo acordado en la junta de guerra y las prevenciones del general en jefe, y tomó imprudentemente la ofensiva no obstante la inferioridad numérica de su fuerza.

Apenas la columna de infantería argentina hubo pisado el último plano de la "Cuesta Vieja", desplegó su línea sobre la boca de la quebrada, según queda explicado.

Enseguida se adelantó hasta el llano buscando campo para desplegar, y trabóse inmediatamente un combate de fuegos de posición a posición dentro del tiro de fusil, que se prolongó por más de una hora. A las primeras descargas cayó muerto Elorreaga, que mandaba el ala derecha del ejército realista y que constituía su nervio, experimentando por su parte algunas pérdidas los argentinos. La acción estaba parcialmente empeñada, y el ataque concurrente se convertía en principal, pero sin prometer un resultado inmediato.

La situación era crítica, pues si la retirada tenía sus peligros, el avance era temerario, y cuando menos inútil aun triunfando, pues según el plan combinado, los realistas estaban irremisiblemente perdidos desde que habían aceptado la batalla dentro de un recinto sin retirada. Si el general español hubiese tenido iniciativa, habría podido llevar en aquel momento un ataque entajoso; pero se limitó a amagar débilmente los flancos de su contrario con guerrillas que fueron rechazadas, sosteniendo pasivamente el fuego de fusil y de cañón.

Por su parte O'Higgins, con sus instintos heroicos, y deseoso tal vez de decidir por sí solo la victoria sin el concurso de Soler con quien estaba enemistado, ordenó el avance repitiendo las históricas proclamas del Roble y de Rancagua: "¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria! ¡El valiente siga! ¡Columnas a la carga!" Los tambores dieron la señal con el toque estremecedor de calacuerda, y lanzóse a paso acelerado en columnas de ataque con 900 bayonetas, de los batallones 7 y 8 mandados por Conde y Crámer contra 1.500 infantes bien posesionados y sostenidos por artillería, ordenando a Zapiola que con los Granaderos procurase penetrar por su derecha sobre la posición enemiga.

Los batallones argentinos marcharon valerosamente a la carga sin disparar un tiro, inflamados por las palabras y el ejemplo del general; pero antes de llegar a la falda de los cerros que ocupaban los enemigos, encontráronse con el obstáculo del arroyo que baja del barranco en que éstos apoyaban su derecha, a la vez que las piezas situadas en este punto los tomaban por el flanco y la fusilería los quemaba dentro de la zona peligrosa del punto en blanco por el frente.

A pesar de esto, hicieron tenaces esfuerzos para arrebatar la posición; pero no pudiendo salvar el perfil de la barranca en que estaban acordonados los realistas, hubieron de retroceder en desorden a su primera posición de la boca de la quebrada en que se rehicieron fuera del alcance de los fuegos. Por su parte los Granaderos habían intentado en vano penetrar por entre el flanco izquierdo del centro enemigo y el mamelón en que apoyaba este costado, que era un verdadero castillo, y volvieron en orden a situarse tras el morro de "Las tórtolas cuyanas".

San Martín, contando llevar la victoria en el bolsillo y a la espera del desenvolvimiento de su plan, que no sólo se la aseguraba sino que le prometía la rendición del enemigo, llegó a temer por la suerte de la división de O'Higgins al verla imprudentemente comprometida contra sus órdenes, y extendiendo el brazo hacia la "Cuesta Nueva", en la actitud en que lo representa su estatua ecuestre, gritó a su ayudante de campo Álvarez Condarco: "Corra usted, y diga al general Soler, que cargue lo más pronto posible sobre el flanco del enemigo". Enseguida, lanzó su caballo cuesta abajo con toda la velocidad que permitía lo escabroso del terreno, y llegó a la boca de la quebrada en circunstancias en que O'Higgins se había adelantado otra vez sobre el llano con el propósito de renovar el combate, y ya no podía retroceder. Era la una y media del día.

A esa hora notóse que la línea enemiga vacilaba, y que algo extraordinario pasaba en sus filas. Era que la vanguardia del ala derecha argentina, cuyo movimiento no había alcanzado Maroto, desembocaba al valle de Chacabuco y avanzaba a paso de trote y al galope sobre la izquierda de la posición. E1 momento decisivo había llegado.

JUICIOS ACERCA DE LA BATALLA DE CHACABUCO

Lanzadas de nuevo las columnas de O'Higgins al ataque, San Martín ordenó a los tres escuadrones de Granaderos mandados por los comandantes Melián, Manuel Medina y mayor Nicasio Ramallo, con Zapiola a su cabeza, dieran una carga a fondo hasta chocar con la caballería realista situada a la izquierda de la retaguardia enemiga.

El escuadrón de Medina, pasando atrevidamente por un claro de la línea de infantería en marcha, cayó sobre la izquierda del centro enemigo acuchillando a sus artilleros sobre sus cañones, mientras Zapiola con los otros dos penetraba por su costado derecho, al mismo tiempo que los batallones núm. 7 y núm. o encabezados por O'Higgins tomaban a la bayoneta la posición. Los fuegos del mamelón se habían apagado, y la infantería realista formaba cuadro en el centro de su campo.

Simultáneamente el coronel Alvarado, que con el batallón núm. 1 llevaba la vanguardia del ala derecha argentina, desprendía dos compañías al mando del capitán Lucio Salvadores, y teniente Zorrilla que se apoderaban del mamelón, matando a Marqueli que lo sostenía. Necochea con el escuadrón Escolta, sostenido por el 4. de Granaderos de Escalada, penetraba por la retaguardia y arrollaba a la caballería realista por la izquierda a la vez que Zapiola ejecutaba idéntica maniobra por el otro extremo.

Todas las fuerzas vencedoras convergieron sobre el cuadro, que en menos de un cuarto de hora fue hecho pedazos, retirándose sus últimos restos dispersos a la hacienda de Chacabuco por entre los cerros de su espalda. Allí encontraron cortada su retirada por la división de Soler que ya ocupaba el valle, y pretendieron hacer resistencia parapetados tras las tapias de la viña y del olivar contiguo, pero fueron rendidos a discreción. Los que buscaron su salvación huyendo por el estero y en la prolongación del valle hacia el sur, fueron exterminados en la persecución, quedando el camino sembrado de muertos desde Chacabuco hasta cerca del portezuelo de Colina. Los sables afilados de los Granaderos hicieron estragos: en el campo de batalla encontróse un cráneo dividido en dos partes y el cañón de un fusil tronchado como una vara de sauce.

TROFEOS DE CHACABUCO

Los trofeos de esta jornada, fueron: 600 prisioneros, su mayor parte de infantería; la artillería, un estandarte y dos banderas; el armamento y parque de los vencidos y la restauración de la revolución chilena.

Las pérdidas realistas fueron: 600 muertos.

Las pérdidas de los argentinos fueron: 12 muertos y 120 heridos; lo que demuestra numéricamente, que si el plan de San Martín se hubiese ejecutado punto por punto, como pudo y debió hacerse, la batalla habría terminado por una rendición del enemigo, sin la inútil aunque escasa efusión de sangre que causó la temeridad de O'Higgins, quien sin embargo fue el héroe del día, como combatiente.

BOLETIN DE CHACABUCO

El general vencedor al dar cuenta de esta victoria compendiaba su memorable empresa en estos concisos términos: «Al ejército de los Andes queda la gloria de decir: EN VEINTICUATRO DIAS HEMOS HECHO LA CAMPANA, PASAMOS LAS CORDILLERAS MÁS ELEVADAS DEL GLOBO, CONCLUIMOS CON LOS TIRANOS Y DIMOS LA LIBERTAD A CHILE"

GLORIA DE CHACABUCO

El mérito militar de la batalla de Chacabuco consiste precisamente en lo contrario de lo que constituye la gloria de las batallas. Resultado lógico de las hábiles combinaciones estratégicas de la invasión, estaba ganada por el General antes que los soldados la dieran, respondiendo a un plan metódico en que hasta los días estaban contados y los resultados previstos. Fue una sorpresa a la luz del día en que nada se libró al acaso.

El hecho de batir a una fuerza menor con otra mayor, - que es el primer resultado que se busca en la guerra para triunfar con seguridad -, fue la consecuencia necesaria de los ardides y movimientos calculados que la precedieron, dando a ciencia cierta al enemigo un golpe de muerte y apoderándose en un solo día del territorio invadido, y esto con la mayor economía de tiempo, de medios, de sangre y de esfuerzos.

Con más precisión táctica que la batalla de Hohenlinden - que en algo se le parece -, tiene la originalidad de un plan que se adapta a un terreno, en que las operaciones se encierran dentro de líneas matemáticas, a la manera de un problema geométrico con su método riguroso de solución. Habría dado por resultado - como se ha visto- una rendición completa, tal vez con una sola carga, si el plan hubiese sido ejecutado puntualmente, bastando asimismo que él se desenvolviese en parte en las condiciones más desventajosas para asegurar una victoria decisiva.

Por lo tanto, puede presentarse como un modelo clásico del arte militar, en que la habilidad debilita al enemigo y lo desmoraliza, la previsión asegura el éxito final, y la inteligencia es la que combate en primera línea, interviniendo la fuerza como factor accesorio.

Como acontecimiento político y en relación con los destinos americanos, su importancia es mayor aún, como lo han reconocido los primeros historiadores y hasta los mismos adversarios vencidos. Ella dio la primera señal de la guerra ofensiva de la independencia sudamericana, y conquistó para siempre su sólida base de operaciones en el mar y las costas del Pacífico. Dio sobre todo, el ejemplo del plan de campaña continental a la revolución del nuevo mundo emancipado, aislando al poder español en sus colonias dentro del estrecho recinto del Perú, donde había de ser vencido en palenque cerrado por efecto de su impulsión inicial.

Salvó a la revolución argentina de su ruina y contuvo la invasión que la amenazaba por el Alto Perú, suprimiendo un enemigo peligroso que la amenazaba por el flanco, y dio le expansión, sin lo cual habría tal vez sido sofocada en su cuna. Fue la primera batalla americana con largas proyecciones históricas.

El virrey del Perú, Pezuela, confiesa que marcó el momento en que la causa de España empezó a retrogradar en América y su poder a ser conmovido en sus fundamentos. "La desgracia que padecieron nuestras armas en Chacabuco, poniendo el reino de Chile a discreción de los invasores de Buenos Aires, trastornó enteramente el estado de las cosas, fue el principio de restablecimiento para los disidentes, y la causa nacional retrogradó a gran distancia, proporcionando a los disidentes puertos cómodos donde aprestar fuerzas marítimas para dominar el Pacífico. Cambióse el teatro de la guerra: los enemigos trasladaron los elementos de su poder a Chile, donde con más facilidad y a menos costa podían combatir al nuestro en sus fundamentos".

Un historiador español, general que a la sazón militaba bajo las banderas del rey, sintetiza sus resultados generales con tanta tristeza como concisión. "La fácil pérdida del reino de Chile fue un suceso de inmensa trascendencia para las armas españolas" (17).

2· Cancharrayada

Observando las maniobras de los patriotas posteriores a Chacabuco, y convencidos de su gran superioridad, los españoles celebraron al oscurecer una junta de guerra en la sala capitular del convento de los dominicos.

Todos fueron de opinión de que una batalla campal les sería adversa; pero unánimemente se pronunciaron por la resistencia. Osorio, que desde que emprendió su retirada de Camarico se inclinaba a retroceder hasta Talcahuano, propuso continuarla hasta este punto, reembarcarse en él con el grueso del ejército según el plan trazado con el virrey, para efectuar la invasión por Valparaíso, cubriendo la línea del Maule con un cuerpo de observación que ocultase este movimiento.

Ordóñez combatió enérgicamente este plan, y demostró, que aun siendo bueno, era imposible, por cuanto antes de atravesar el Maule serían irremisiblemente destruidos y activamente perseguidos por una caballería superior en número y calidad; opinó que sólo un golpe de audacia podía salvarlos, haciendo una salida durante la noche, para caer de sorpresa sobre el campo enemigo, y ofrecióse a ejecutar personalmente la empresa. La mayoría de los jefes apoyó este parecer.

Osorio, irresoluto, difirió su voto, manifestando que su esperanza estaba en el favor del cielo y en la intervención de la virgen del Rosario, patrona jurada de las armas españolas, y se retiró a orar en la iglesia del convento.

SORPRESA EN CANCHARRAYADA

A las 7.30 de la noche revistaba Ordóñez la columna expedicionaria, y la proclamaba infundiéndole su heroico espíritu. A las 8, desplegaba la línea de masas en el llano de Cancharrayada en tres divisiones centrales de dos batallones cada una y dos escuadrones de caballería en ambas alas.

Tomó el inmediato mandode la columna central con el "Burgos" y el "Arequipa"; dio el de la derecha, compuesta de las compañías y Granaderos, a Primo de Rivera, y el de la izquierda con el "Concepción" y el "Infante don Carlos" al coronel Bernardo Latorre. En este orden, hizo la señal de marcha y avanzó silenciosamente en medio de la oscuridad, guiándose por los fuegos del campo patriota, que el general O'Higgins había hecho encender a vanguardia de las líneas para alumbrar el terreno.

La columna de la derecha, que era la más avanzada en razón de la menor distancia que recorría por la oblicuidad de la línea en su punto de partida, recibió los fuegos de la partida de caballería patriota que dio la señal de alarma. El resto aceleró su marcha, y siguió en perfecto orden con resolución y confianza. Al aproximarse a la altura en que al anochecer habían visto formada la primera línea patriota, encontraron desocupado el terreno, y a poco andar fueron recibidos por sucesivas descargas cerradas que les derribaron más de cien soldados muertos y varios oficiales, y entre ellos el coronel del "Concepción", Juan José Campillo. Era O'Higgins que resistía con la segunda línea.

Casi al mismo tiempo otra descarga recibía el extremo izquierdo de la línea atacante, que venía más atrasada. Era una compañía destacada por Las Heras, al mando del capitán Deheza, que con arreglo a sus instrucciones apagaba sus fuegos y se replegaba a la nueva posición de la división derecha. Hubo un momento de vacilación en las filas españolas, y sin la presencia de espíritu de Ordóñez que se puso a su cabeza y alentó a todos con su ejemplo cargando intrépidamente a la bayoneta, tal vez hubieran desistido de su empresa.

El general O'Higgins, a la cabeza de los batallones núm. 1 de Cazadores y 7 de los Andes y el núm. 2 de Chile, que formaban la segunda línea, sostuvo con denuedo el desigual combate, cayendo muerto de un balazo el caballo que montaba y recibió una herida en el codo, a tiempo que subía sobre otro que le presentaba uno de sus ayudantes. Desde este momento, todo fue confusión en el campo patriota.

La artillería de la izquierda quedó abandonada, los Granaderos a caballo despertados al ruido de las descargas se dispersaron poseídos de pánico. La caballería de la derecha se replegó en desorden al cuartel general situado más a retaguardia en la falda occidental de los cerrillos. El batallón núm. 1 de Chile que ocupaba el centro, se desorganizó, y replegóse sobre el núm. 8 que formaba la reserva, siendo recibido a balazos en los primeros momentos por considerarlo enemigo.

El comandante Alvarado que con el núm. 1 de Cazadores de los Andes cubría la izquierda, considerando inútil toda resistencia en la posición que ocupaba, tuvo la inspiración del momento: mandó avanzar de frente inclinándose sobre su derecha, dio un rodeo, y pasando atrevidamente por el flanco derecho del enemigo se corrió por su retaguardia en busca del ala derecha cuya nueva posición conocía, y al aproximarse sufrió una descarga que le. derribó 24 hombres; pero reconocido luego como amigo, se incorporó a ella. El núm. 2 de Chile, mandado por el mayor José Rondizzoni, distinguido oficial italiano del ejército de Napoleón, que ocupaba el extremo opuesto, tuvo la misma inspiración, y describiendo una curva a retaguardia fue a reunirse con Alvarado sobre el flanco izquierdo del enemigo.

Ordóñez, prosiguiendo su victoria trepó por su extremidad sur los cerrillos de Baeza y mandó romper el fuego en todas direcciones, esparciendo el espanto en las informes masas contrarias. Las balas del cerro llegaban hasta el cuartel general situado al pie, y una de ellas mató al lado de San Martín, a su ayudante Juan José Larrain, miembro de la patriota familia chilena del mismo nombre, que lo acompañaba como voluntario.

El general, despechado, se negaba a alejarse del fuego, y parecía haber perdido su habitual sangre fría; pero pronto reaccionó sobre sí mismo y comenzó a dictar con precisión las órdenes convenientes para salvar al menos las reliquias de su disuelto ejército, mandando retirar la reserva y concentrarse en el cerrillo del norte, y al efecto empeñó un corto y desordenado combate; pero vióse muy luego obligado a ponerse en retirada con los dispersos, perseguido muy de cerca.

O'Higgins le siguió con el resto de su división y la artillería de reserva, y ambos atravesaron sucesivamente el Lircay en la noche. Todo parecía perdido.

FAMOSA RETIRADA DE LAS HERAS

Eran las 11 de la noche. La luna de otoño aparecía en aquel momento en el cielo sombrío, esparciendo una pálida claridad sobre el campo antes ocupado por el ejército argentino-chileno, que yacía en profundo silencio.

A la distancia se oían algunos tiros, y las carreras de la caballería realista que perseguía a los fugitivos. Mientras tanto, la división de la derecha que había cambiado de posición las 8 de la noche, reforzada con los batallones 1 de cazadores de los Andes y núm. 2 de Chile, permanecía formada sobre la izquierda de los vencedores en la sorpresa, abrigada al frente y al flanco por el barranco antes señalado.

A su frente se divisaba una masa negra, que permanecía inmóvil: era un escuadrón que estaba en observación, y que por varias veces dio el ¿quién vive? a la línea confusa que percibía a su costado, sin acertar a distinguiría. La división que no había podido tomar parte en la acción permanecía en inacción y silencio.

No tenía quien la mandase. Su jefe, el coronel Hilarión de la Quintana había acudido en los primeros momentos a tomar órdenes del cuartel general, y no aparecía. En tal situación, los jefes en junta de guerra, resolvieron ponerse bajo las órdenes del coronel Las Heras, como el más caracterizado y el más capaz de salvarlos.

Las Heras, asumió el mando con serenidad, penetrado de su gran responsabilidad. Pidió una noticia verbal de la fuerza, y resultó que podía contar con 3.500 hombres. Mandó preguntar al comandante Blanco Encalada, jefe de la artillería, cuál era su estado y le fue contestado que no tenía ni un cartucho por pieza, por haber agotado sus municiones en el cañoneo de la tarde. No contaba, pues, con artillería, ni tampoco con un solo soldado de caballería. La situación era apurada; perro tenía cinco batallones de infantería intactos con cincuenta tiros en la cartuchera, y esto bastaba para pelear en caso necesario. Dispuso entonces que la artillería, que ocupaba el flanco derecho, pasase a vanguardia para ponerla a salvo. Con los batallones 11 y 7 de los Andes, Cazadores de Coquimbo y núm. 1 de Chile, formó una columna en masa, pregonando a la sordina un bando de pena de la vida al que se separase a diez pasos de los flanqueadores.

A retaguardia, colocó el batallón núm. 1 de Cazadores de los Andes para cubrir la retirada. En esta disposición, rompió la marcha, a las 12.45 de la noche, siguiendo el camino de Talca a Santiago recorrido en la tarde por el ejército español, y atravesó el Lircay, perseguido por el escuadrón realista, al que contuvo con su actitud en el vado.

Al amanecer el día 20 la columna de Las Heras se hallaba a 26 kilómetros del campo de batalla. Dio una hora de descanso a su tropa, y pasó una revista, resultando de ella que en la noche se habían dispersado como 500 hombres. A las 10 de la mañana continuó su marcha y a poco andar se encontró con algunas municiones de artillería extraviadas, con las cuales dotó sus piezas, disponiéndolas convenientemente a los flancos y la retaguardia de un cuadro de columnas, que circundó por cortinas de tiradores, formadas al efecto. Hacía dos días que no comían.

Dos soldados acosados por el hambre separáronse de la columna y robaron una gallina. En cumplimiento del terrible bando, fueron fusilados en el acto, y la columna pasó a tambor batiente sobre sus cadáveres. A las 5 de la tarde llegó a Quechereguas, en cuya hacienda se fortificó en disposición de resistir todo ataque. A las 12 de la noche, atravesó el Lontué, y el 21 al amanecer acampaba sobre la margen derecha de este río y continuó su fatigosa retirada.

A medio día llegó al estero de Chimbarongo, y allí tuvo noticias de que el general San Martín unido con O’Higgins se hallaba en San Fernando, reorganizando el batallón núm. 8 y reuniendo la caballería que había cruzado en desbande el Lontué.

RETIRADA DE SAN MARTIN

El general salió al encuentro de la columna de Las Heras, para darle las gracias por su valeroso comportamiento, dirigiéndole palabras de aliento, que fueron contestadas con aclamaciones, y ordenó al coronel que continuase su marcha hacia Santiago. De regreso a San

Fernando, encontró allí a O'Higgins, presa de la fiebre, a consecuencia de la herida, que se disponía a pasar a la capital para reasumir el mando.

El cirujano Paroissien, que lo curaba, decíale, que mientras estuviesen en pie las Provincias Unidas no había por qué perder la esperanza. O'Higgins le contestaba con entereza, que mientras tuviera un soldado, pelearía en Chile.

En cuanto a San Martín, escribió desde allí su conciso parte de la derrota en términos francos y varoniles: "Acampado el ejército de mi mando en las inmediaciones de Talca, fue batido por el enemigo, y sufrió una dispersión casi general, que me obligó a retirarme. Me hallo reuniendo la tropa con feliz resultado, pues cuento ya 4.000 hombres desde Curicó a Pelequén.

Espero muy luego juntar toda la fuerza y seguir mi retirada hasta Rancagua. Perdimos la artillería de los Andes, pero conservamos la de Chile". Los caracteres se ponían a prueba y reaccionaban contra la derrota.

El director Pueyrredón al recibir la noticia escribía desde las márgenes del Plata: "Nada de lo sucedido en la poco afortunada noche del 19 vale un bledo, si apretamos los puños para reparar los quebrantos. Nunca es el hombre público más digno de admiración y respeto, que cuando sabe hacerse superior a la desgracia, conservar su serenidad y sacar todo el partido que quede al arbitrio de la diligencia. Una dispersión es un suceso muy común, y la que hemos padecido cerca de Talca, será reparada en muy poco tiempo".

La jornada de Cancharrayada costó poca sangre. Los patriotas habían perdido como 120 muertos, además de los dispersos y prisioneros, 22 piezas de artillería, cuatro banderas y todo su parque; pero el núcleo del ejército argentino-chileno estaba salvado, y con él la causa de la independencia americana, que habría sucumbido de haberse posesionado entonces los españoles de Chile. La pérdida del ejército realista fue mayor en muertos y heridos, pues pasó de 200 hombres, y su dispersión fue igualmente considerable, de manera que se halló en la imposibilidad de aprovechar inmediatamente su victoria, quedando lleno de cuidados por la retirada de la columna de Las Heras.

EL PAVOR DE CANCHARRAYADA

La noticia del desastre de Cancharrayada llegó a Santiago en la tarde de 21 de marzo, propagada por los principales jefes de cuerpo del ejército, y entre ellos el mariscal Brayer, jefe del estado mayor.

Todo lo daban por perdido. Se daba a San Martín por muerto; y algunos aseguraban haber visto su cadáver. O´Higgins mortalmente herido. Todo estaba perdido, según ellos. El pavor se difundió en la población. Grupos de mujeres levantando los brazos al cielo y mesándose los cabellos y hombres de todas las clases se reunían en la plaza pública, y se dispersaban llenos de consternación.

En los barrios apartados se oían gritos aislados de ¡viva el rey! y se anunciaba en voz baja la próxima llegada a la capital de su ejército triunfante. Los más cobardes se disponían a emigrar a Mendoza o fugaban a refugiarse en los buques de Valparaíso. La aparición de cincuenta hombres del enemigo habría bastado para rendir la plaza.

Los realistas, llenos de júbilo, y algunos notables de la aristocracia chilena para congraciarse se apresuraban a abrir comunicaciones con el vencedor, y uno de ellos mandó preparar un caballo de gala con herraduras de plata para ser presentado al general Osorio en su entrada triunfal. Aquella noche nadie durmió en Santiago.

PANICO DE CANCHARRAYADA

El gobierno, conturbado, no acertaba a dictar medidas, y mandaba construir una fortaleza en la estrechura de Payne, según el tradicional plan militar de 1812 y 1814, para contener la marcha del enemigo, a la vez que hacía retirar al norte los caudales públicos para ponerlos a salvo.

El director delegado de la Cruz, hombre más de administración rutinaria que de gobierno en circunstancias extraordinarias, se afanaba, empero, en hacer frente a la situación, allegando elementos militares.

Al efecto, mandó reconcentrar el batallón chileno de Infantes de la Patria y la artillería que guarnecía a Valparaíso, y reunir la guardia nacional de infantería y caballería de la capital, Quillota, Melipilla, Aconcagua y Petorca, mientras recibía noticias oficiales para darles dirección. No encontrando inspiraciones dentro de sí mismo para levantar el espíritu público abatido, convocó un cabildo abierto, a que fueron citadas las corporaciones civiles y los notables de la ciudad. La reunión tuvo lugar el 22 por la mañana, en momentos que se recibía la noticia de hallarse San Martín en San Fernando reuniendo sus dispersos. El Director delegado que la presidía, manifestó los peligros de la situación y su resolución de poner en juego todos los elementos para hacer frente a ellos.

Interpelado por él, Brayer que se hallaba presente, para que como actor en la sorpresa de Cancharrayada expusiese su opinión, el general, después de titubear un momento, contestó que "no había esperanza de reaccionar contra la derrota sufrida.

" Todos quedaron mudos y consternados ante esta declaración del famoso mariscal de Napoleón. Entonces se levantó la voz de don Tomás Guido, que en su calidad de representante del gobierno argentino había sido invitado a tomar parte en la deliberación. "No puede juzgar, - dijo -, del estado del ejército en retirada, el que ha dejado el campo bajo la impresión de un desastre.

Yo puedo asegurar que el general San Martín, aunque obligado a replegarse, dicta las más premiosas órdenes para la reconcentración de sus tropas. No hay, pues, razón para temer que no veamos pronto a nuestro ejército en estado de combatir y de conquistar la victoria con el apoyo y energía del país, decidido a todo sacrificio para sostener su independencia". A pesar de estas confortantes palabras, la reunión se disolvió perpleja sin tomar resolución alguna, poseída de un desaliento que deprimió más el estado de la opinión.

3· La Batalla de Maipú

EL CAMPO DE MAIPU

El teatro en que se desenvolvieron las operaciones, es una llanura, limitada al este por el río Mapocho que divide la ciudad de Santiago; al norte, por la serranía que la separa del valle de Aconcagua, y al sur por el Maipú que le da su nombre.

Hacia el oeste se levanta una serie de lomadas y algunos montículos que corren de oriente a poniente, y se destacan en monótonas líneas prolongadas en el horizonte, rompiendo la uniformidad del paisaje algunos grupos de arbustos espinosos en un campo cubierto de pastos naturales, y en lontananza, las montañas que circundan el valle y le dan su perspectiva. Al sur de Santiago, se prolonga por el espacio como de diez kilómetros, en la dirección antes indicada, una lomada baja de naturaleza caliza que por su aspecto lleva el nombre de Loma Blanca. Sobre la meseta de esta lomada evolucionaba el ejército patriota.

En su extremidad oeste y a su frente, se alza otra lomada más alta, que forma un triángulo, cuyo vértice sudoeste se apoya en la hacienda de "Espejo", antes mencionada, conduciendo a ella un callejón en declive como de veinte metros de ancho y trescientos de largo, cortado por una ancha acequia en su fondo, y limitado a derecha e izquierda por viñas y potreros que cierran altos tapiales.

Esta era la posición que ocupaba el ejército realista. Las dos lomadas están divididas por una depresión plana del terreno u hondonada longitudinal como de un kilómetro en su parte más ancha y doscientos cincuenta metros en la más angosta. Al este del vértice o puntilla de las lomas del sur se extiende un grupo de cerrillos aislados, y entre ellos uno más elevado, en forma de mamelón, que hace sistema con el triángulo ocupado por los realistas. El vértice este de esta posición, que era su parte mas elevada, se destacaba como un baluarte, y hacía frente a un ángulo truncado fronterizo de la Loma Blanca, que lo flanqueaba por una parte y lo enfilaba por otra. En este campo iba a decidirse la suerte de la independencia sudamericana.

PRELIMINARES DE MAIPU

El general San Martín, situado en la extremidad este de la Loma Blanca a diez kilómetros de Santiago, dominaba en su conjunción los tres caminos que comunican con los pasos del Maipú y amagaba el de Valparaíso, asegurándose una retirada, a la vez que cubría la capital por sus dos únicos puntos vulnerables, la cual para mayor garantía hizo atrincherar, guarneciéndola con 1.000 milicianos y un batallón bajo la dirección de O'Higgins, a quien su herida (producto de la refriega de Cancharrayada) impedía asistir al campo de batalla.

Su plan era atacar al enemigo sobre la marcha, sin darle tiempo a combinaciones, si se presentaba por los caminos del frente; correrse por su flanco derecho si tomaba el de la Calera, e interceptarle el de Valparaíso, maniobrando a todo evento con seguridad sobre la meseta de la loma en terreno ventajoso para dar y recibir la batalla. Al efecto, dividió su ejército en tres grandes cuerpos formados en dos líneas: el primero a órdenes de Las Heras, cubriendo el ala derecha; el segundo, a las de Alvarado a la izquierda; y un tercero en reserva en segunda línea a cargo del coronel Hilarión de la Quintana.

Confió a Balcarce el mando general de la infantería, reservándose el de la caballería y de la reserva. El primer cuerpo lo formaban los batallones núm. 11 de Las Heras (argentino), los Cazadores de Coquimbo, comandante Isaac Thompson (chileno); los Infantes de la Patria, comandante Bustamante, (chileno), el regimiento de caballería argentino Granaderos a caballo, a que se había agregado un escuadrón provisional de artilleros montados del ejército argentino por no tener piezas que servir, y la artillería chilena compuesta de 8 piezas de campaña a cargo del mayor Blanco Encalada.

El segundo cuerpo lo componían: los batallones núm. 1 de Cazadores (argentino), de Alvarado; el núm. 8 de los Andes (argentino), comandante Enrique Martínez; el núm. 2 de Chile, comandante Cáceres; los Cazadores y Lancero s de Chile (argentinos y chilenos), a órdenes de Freyre y Bueras, con nueve piezas ligeras de artillería chilena a cargo del mayor Borgoño. La reserva constaba de: los batallones núm. 1 y núm. 3 de Chile, comandantes Rivera y López; núm. 7 de los Andes, (argentino) comandante Conde, y cuatro piezas de batir de a 12, mandadas por de la Plaza, y servidas por los artilleros argentinos que habían perdido su artillería en Cancharrayada.

MOVIMIENTOS TACTICOS

Tomadas estas disposiciones y dictadas estas prevenciones, formó su ejército en dos líneas: en primera línea las divisiones 1ra. y 2da., con sus respectivas baterías desplegadas a cada uno de los flancos y su caballería escalonada, poniendo la reserva en segunda línea y su artillería de batir, al centro de la primera. En este orden permaneció los días 2, 3 y 4 de abril, con una vanguardia volante mandada por Balcarce, en observación de la línea del Maipú.

Al tener noticia de que el enemigo vadeaba el río inclinándose hacia el poniente, desprendió toda su caballería con orden de atacar sus puestos avanzados, hostilizar sus columnas en la marcha y mantenerlo durante la noche en constante alarma. El fuego de las guerrillas, aproximándose cada vez más, y los repetidos partes, anunciaban que los realistas seguían avanzando. La noche del 4 se pasó así en alarma, rodeando los soldados patriotas grandes fogatas de huañil, que iluminaban todo el campo. San Martín dormía mientras tanto en un molino a la orilla del camino, envuelto en su capote militar.

Al amanecer del día 5 de abril, las guerrillas patriotas al mando de Freyre y Melián se replegaban, dando parte que el enemigo avanzaba en masa, en rumbo al camino que entronca con el de Santiago a Valparaíso.

San Martín, que lo había previsto por su dirección en el día anterior, pensó que no podía tener por objeto sino cortarle la retirada sobre Aconcagua, o efectuar un movimiento de circunvalación interponiéndose entre él y la capital, o reservarse una retirada más segura en caso de contraste, pues la larga distancia y los ríos que tendría que atravesar, la hacían dificilísima hacia el sur.

Lo primero estaba previsto y se neutralizaba por un simple cambio de frente; lo segundo era impracticable, pues tenía que describir un arco, de cuya cuerda era dueño; y lo último, una promesa más de triunfo completo. Para cerciorarse por sus propios ojos de este error estratégico y concertar sus movimientos tácticos, disfrazóse con un poncho y un sombrero de campesino, y acompañado por su inseparable ayudante O'Brien y el ingeniero D´Albe, seguido de una pequeña escolta, se dirigió a gran galope al ángulo truncado de la Loma Blanca señalado antes.

Desde allí pudo observar a la distancia de cuatrocientos metros con el auxilio de su anteojo, la marcha de flanco que en perfecto orden ejecutaban las columnas españolas a tambor batiente y banderas desplegadas, al posesionarse de la lomada triangular fronteriza prolongando su izquierda sobre el camino de Valparaíso. "¡Qué brutos son estos godos!" -exclamó con esa mezcla de resolución y buen humor que caracteriza a los héroes en los momentos supremos-. Y agregó: "Osorio es más torpe de lo que yo pensaba". Dirigiéndose luego a sus acompañantes, les dijo: -" El triunfo de este día es nuestro. El sol por testigo!" El sol asomaba en aquel momento sobre las nevadas crestas de los Andes.

La mañana estaba serena; ninguna nube empañaba el cielo, el aire estaba cargado de perfumes, y las aves cantaban entre los espinos en florescencia.

SAN MARTIN Y BRAYER

A las diez y media de la mañana el ejército argentino-chileno rompió una marcha de flanco en dos columnas paralelas, caminando rumbo al oeste por encima de la meseta de la Loma Blanca.

En el curso de la marcha, ocurrió un episodio, que la historia debe recoger por la espectabilidad de los personajes, y da idea del temple de alma del General en ese momento. A medio camino, presentóse el mariscal Brayer solicitando licencia para pasar a los baños (termales) de Colina.

San Martín le contestó fríamente: "Con la misma licencia con que el señor general se retiró del campo de batalla de Talca, puede hacerlo a los baños; pero como en el término de media hora vamos a decidir la suerte de Chile, y Colina está a trece leguas y el enemigo a la vista, puede V.S. quedarse si sus males se lo permiten". El mariscal contestó: "No me hallo en estado de hacerlo, porque mi antigua herida de la pierna no me lo permite". San Martín le repuso en tono airado: "Señor general, el último tambor del Ejército Unido tiene más honor que V.S.".

Y volviendo su caballo, dio orden a Balcarce sobre la marcha, hiciese saber al ejército, que el general de veinte años de combates quedaba suspenso de su empleo por indigno de ocuparlo. Después de este incidente, que hizo el efecto de una proclama, el ejército continuó su marcha hasta enfrentar la posición enemiga.

Allí desplegó en batalla en dos líneas de masas por batallones, con la artillería de batir al centro de la primera; la volante a sus dos extremos y la caballería cubriendo las dos alas en columnas por escuadrones, situándose la reserva plegada en columnas paralelas cerradas a 150 metros a retaguardia.

MOVIMIENTOS TACTICOS

El general re alista, que había ocupado el promedio de la meseta de la loma triangular del sur al observar el movimiento de los independientes desprendió sobre su izquierda una gruesa columna compuesta de ocho compañías de granaderos y cazadores con cuatro piezas de artillería al mando de Primo de Rivera, que ocupó el mamelón destacado por aquella parte, con el doble objeto de amagar la derecha patriota y tomar por el flanco sus columnas si avanzaban, a la vez que asegurar su retirada por el camino de Valparaíso según su idea persistente.

El intervalo entre el mamelón y la puntilla norte del triángulo, fue cubierto por Morgado con los escuadrones de "Dragones de la Frontera". Sobre la loma formó en batalla en la proyección noroeste sudoeste, en línea quebrada con el mamelón, pero sin cubrir todos los perfiles de la altura por el nordeste. Colocó los batallones "Infante Don Carlos" y "Arequipa" formando división, al mando de Ordóñez; y sobre la izquierda, el "Burgos" y el "Concepción", a órdenes del comandante Lorenzo Morla, con cuatro piezas de artillería adscriptas a cada una de las dos divisiones. La extrema derecha fue cubierta por los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción".

LOS EJERCITOS DE MAIPU

En esta disposición se hallaron frente a frente los ejércitos beligerantes al sonar las doce del día, separados únicamente por la angosta hondonada que promedia entre los dos cordones de lomas que ocupaban independientes y realistas.

Los dos ejércitos permanecieron por algún tiempo inmóviles, en sus respectivas posiciones, como esperando que el adversario tomase la iniciativa. Todas las probabilidades parecían estar contra el que llevase la ofensiva: tenía que atravesar un bajo descubierto sufriendo el fuego de la fusilería y el cañón que lo barría, y trepar las alturas del frente para desalojar de ellas al enemigo. Para los patriotas la desventaja era aún mayor, pues su derecha tenía que desalojar previamente las fuerzas que ocupaban el mamelón avanzado o recorrer un espacio de mil metros flanqueados por los fuegos de sus cañones.

Ambas posiciones eran fuertes, y bien calculadas para la defensiva, y la de los realistas más ventajosa aún. En cuanto a las fuerzas físicas y morales, estaban casiequilibradas, siendo igual la decisión de parte a parte, si bien la de los realistas era numéricamente mayor. Por lo que respecta a las armas, la superioridad de los independientes era incontestable en artillería y caballería en número y también en calidad, y aún cuando éstos tenían nueve batallones de infantería, en algunos de ellos no formaban sino 200 hombres, mientras los cuatro gruesos batallones con que contaban los primeros, divididos en ocho compañías, levantaban cerca de mil bayonetas cada uno.

Lo único que inclinaba la balanza de las probabilidades, era el peso de las cabezas de los generales; pero ya se había visito cómo, en Cancharrayada, las más hábiles combinaciones que aseguraban el triunfo, dieron por resultado la derrota.

PRELIMINARES DE MAIPU

El plan de San Martín no era precisamente el de una batalla de orden oblicuo, y sin embargo, resultó tal por el atrevimiento, el arte consumado y la prudencia con que fue conducida. Fue una inspiración del campo de batalla, sugerida por errores del enemigo y peripecias de la acción en el momento decisivo, y esto realza su mérito como combinación táctica.

El mismo San Martín jamás se atribuyó otro, y desdeñando con orgullosa modestia adornarse con laureles prestados, insinúa incidentalmente, que al orden oblicuo se debió en parte la victoria, sin agregar que, más que todo, se debió al uso oportuno que hizo de su reserva, como se verá luego.

Los relieves de las respectivas posiciones y las proyecciones de las dos líneas de batalla, eran casi paralelas; pero los realistas habían retirado su derecha formando en el promedio de la loma, sin cubrir sus perfiles, como queda dicho, y de aquí resultaba que la izquierda independiente desbordase la derecha realista en su posición y en su formación, y que teniendo que recorrer por esa parte la menor distancia de la hondonada intermedia, pudiese llevar con ventaja un ataque oblicuo o de flanco con el apoyo de la reserva. Tal es la síntesis táctica de la batalla de Maipú en sus preliminares.

El general en jefe que había levantado su enseña en el centro de la primera línea, observando la inacción del enemigo, mandó romper el fuego con las cuatro piezas de batir servidas por los artilleros argentinos, con el objeto de descubrir sus fuegos de artillería y sus planes. Una de las balas mató el caballo del general en jefe español.

En el acto, la artillería española contestó ese fuego con el suyo, manteniendo su formación, y suministró a San Martín el dato que necesitaba. Era evidente que Osorio se preparaba a una batalla defensiva y lo indicaba claramente, además de su formación, la circunstancia de no haber ocupado el perfil de las lomas de su posición, a fin de utilizar por más tiempo los fuegos de su infantería y aprovechar el espacio para dar con ventaja en su oportunidad una carga a la bayoneta con sus gruesos batallones, así que aquéllos hubiesen diezmado los de los independientes.

El general San Martín, tuvo entonces la intuición de la victoria, que debía decidir de los destinos de la América independiente. Dio audazmente la señal del ataque, mandando levantar en alto la bandera argentina y chilena, y en medio de ellas, la bandera encarnada como una llamarada sangrienta.

Su ojo penetrante había descubierto el flanco débil del enemigo, que era su derecha. Las "columnas se descolgaron", según la pintoresca expresión del mismo general en su parte, y "marcharon a la carga, arma al brazo sobre la línea enemiga", con entusiasmo, a paso acelerado. La reserva y la artillería permanecieron en su puesto, esperando las órdenes del general.

BATALLA DE MAIPU

El movimiento se inició por la derecha; pero no era éste el verdadero punto de ataque. Su objeto era doble: desalojar la izquierda del enemigo destacada sobre el mamelón y amenazar el frente o la izquierda de su centro, concurriendo así al ataque de la izquierda, que tenía que recorrer la menor distancia entre las alturas para cargar sobre el flanco más desguarnecido.

Según el éxito de una u otra ala, la batalla se empeñaría por la derecha o por la izquierda, interviniendo convenientemente la reserva en sostén de la que llevase la ventaja o la desventaja: en el primer caso, sería una batalla de frente, cortando la izquierda y desbordando la derecha enemiga, y en el segundo, un verdadero ataque oblicuo de la derecha flanqueando o tomando por retaguardia Las Heras las columnas realistas, y esto era lo que se proponía San Martín, al aprovechar el error cometido por Osorio, que iba a verse obligado a entrar en combate con todas sus fuerzas alterando su formación. En estas condiciones el secreto de la victoria estaba en el uso oportuno de la reserva.

Las Heras avanzó gallardamente sin disparar un tiro, a la cabeza del núm. 11 de los Andes, que era el nervio de la infantería del ejército, sostenido por los dos batallones que formaban su brigada, y lanzó al llano los escuadrones de Granaderos montados, amenazando la posición del mamelón.

La batería de cuatro cañones del mamelón rompió el fuego sobre el núm. 11 así que éste se presentó a la vista, causándole bastantes estragos en sus filas, pero siguió avanzando con rapidez seguido por los Cazadores de Coquimbo y los Infantes de la Patria de Chile, mientras la artillería de Blanco Encalada, que había quedado en posición sobre la loma, apoyaba el ataque lanzando sus proyectiles por encima de las columnas patriotas que marchaban por el terreno bajo. Primo de Rivera, que comprendió que el propósito de Las Heras era aislarlo de su línea de batalla, lanza a su vez su caballería situada entre el mamelón y la lomada triangular.

Morgado carga con ímpetu a la cabeza de los "Dragones de la Frontera". Las Heras se cierra en masa y espera, dando órdenes a Zapiola que cargue por su derecha con la caballería. Los dos primeros escuadrones de Granaderos a órdenes de los comandantes Manuel Escalada y Manuel Medina, salen al encuentro sable en mano, y hacen volver caras a los jinetes realistas, que reciben en su huida los disparos de la artillería de Blanco Encalada, y se ven obligados a refugiarse tras de su anterior posición.

Escalada y Medina son recibidos por los fuegos de fusilería y de metralla del mamelón; remolinean, pero se rehacen con prontitud; dejan a su Derecha la altura fortificada, y apoyados con firmeza por los dos escuadrones de reserva mandados por Zapiola, siguen adelante en persecución de los derrotados, que se dispersan o se repliegan en desorden a la división de Morla sobre la loma.

Las Heras se establece sólidamente con el núm. 11 en un cerrillo intermedio, fronterizo al mamelón y al ángulo nordeste del triángulo, en actitud de atacar el mamelón y concurrir al ataque de la izquierda. El ala izquierda de los realistas quedaba así aislada, y la izquierda de su centro amagada.

Casi simultáneamente con la carga de los Granaderos a la derecha, el ala izquierda trepaba las alturas de la posición realista por el ángulo este, iniciando un movimiento envolvente sin divisar todavía los cuerpos enemigos. Los realistas, apercibidos del error de haber retirado su derecha perdiendo las ventajas que les daba el terreno, o arrastrados por su ardor, se decidieron a tomar la ofensiva.

Ordóñez, a la cabeza de los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", con dos piezas de artillería, salió atrevidamente al encuentro de los patriotas en dos columnas de ataque paralelas, quien fue seguido muy luego por los batallones "Burgos" y "Arequipa", mandados por Morla, en la misma formación y escalonados por su izquierda.

Osorio, que llegó a temer por su derecha y notando que quedaba sin reserva, mandó reconcentrar al centro de la línea la columna de granaderos destacada sobre el mamelón con Primo de Rivera. Ordóñez, al encimar con su división una de las colinas del campo, se encontró a distancia como de cien metros al frente de la de Alvarado, trabándose inmediatamente un combate de fusilería que causó estragos en ambas filas.

Por desgracia para los independientes, dos de sus batallones, - el núm. 8 de los Andes y el núm. 2 de Chile, - que ocupaban en un bajo la zona peligrosa de los fuegos contrarios, sufrieron considerables bajas en los primeros momentos: el núm. 8, compuesto de los negros libertos de Cuyo, mandado por Enrique Martínez, se desordena después de perder la mitad de su fuerza, y se retira en dispersión; el núm. 2 intenta cargar a la bayoneta para restablecer el combate, y al ejecutar esta operación se dispersa también.

Alvarado, que cubría la izquierda con el núm. 1 de Cazadores de los Andes, despliega en batalla y rompe el fuego; pero a su vez se ve obligado a ponerse en retirada para evitar una total derrota. La victoria parecía declararse en aquel costado por las armas españolas.

Ordóñez y Morla, con sus cuatro gruesos batallones escalonados en dos líneas de masas, levantando como 3.500 bayonetas, se lanzan en persecución del ala izquierda independiente casi deshecha, y sus cabezas de columna descienden impetuosamente los declives de la lomada, con grandes aclamaciones de triunfo.

En ese momento la artillería chilena de Borgoño, que con sus nueve piezas ligeras había quedado ocupando el perfil opuesto en la Loma Blanca, rompe sobre los vencedores un vivo fuego a bala rasa, que los hace vacilar; reaccionan éstos inmediatamente, pero al pisar el llano son recibidos por una lluvia de metralla que rompe sus columnas, haciéndolas retroceder, a pesar de los valerosos esfuerzos de Ordóñez y Morla.

Al observar estas peripecias, Las Heras ordena a los Infantes de la Patria de Chile, que carguen sobre el flanco de la división de Morla; pero son rechazados y retroceden en algún desorden. Hacía veinte minutos que la lucha se mantenía en este estado incierto, cuando se oyó el toque de carga de la reserva independiente, y vióse a sus columnas moverse a paso acelerado hacia el ángulo este de la posición enemiga.

San Martín, que se había mantenido en la altura de la Loma Blanca, en observación de los primeros movimientos de su derecha, dictando con sangre fría sus órdenes según las circunstancias, adelantóse con el cuartel general hasta la proximidad de la posición avanzadaocupada por Las Heras, para dirigir de más cerca las operaciones de su línea.

Al notar desde este punto el rechazo de su izquierda, dio orden a la reserva que cargase en su protección, dirigiéndose con su escolta al sitio donde iba a decidirse la acción por un último y supremo esfuerzo. El coronel Hilarión de la Quintana, a la cabeza de los batallones núm. 1 y 7 de los Andes, y el núm. 3 de Chile, descendió la loma, atravesó la hondonada efectuando con sus columnas una marcha oblicua sobre su izquierda, y llegó al ángulo este de la posición enemiga, en circunstancias que las columnas españolas se habían replegado a ella rechazadas por los certeros fuegos de la artillería de Borgoño.

A vista de la reserva, los batallones 8 de los Andes y 2 de Chile se rehacen y sobre la base de los Cazadores de los Andes, que no Habían perdido del todo su formación, entran en línea, mientras Quintana trepa la altura del triángulo un poco a la derecha del punto por donde lo había efectuado antes Alvarado. El ataque oblicuo se iniciaba, y la batalla iba a cambiar de aspecto.

LA GRAN CARGA DE MAIPU

Aislada la izquierda realista, privada del apoyo de la caballería que la ligaba con su línea de batalla y debilitada de las compañías de granaderos que por orden de Osorio habían acudido a formar la reserva general, Las Heras se disponía a arrebatar su posición, cuando Primo de Rivera que la mandaba, emprendió su retirada, dejando abandonados en el mamelón sus cuatro cañones.

El núm. 11 de los Andes y los Cazadores de Coquimbo, convergen entonces hacia el centro, persiguiendo activamente a las fuerzas de Primo de Rivera, y toman la retaguardia enemiga, mientras el batallón Infantes de la Patria de Chile, rehecho, vuelve a concurrir al ataque de la izquierda. La batalla se concentraba en breve espacio sobre la meseta triangular de la lomada de "Espejo", donde iba a decidirse.

Casi simultáneamente, el combate se renovaba con más encarnizamiento por una y otra parte en la extremidad opuesta de la línea. Para despejar el ataque por este lado, San Martín ordena a los Cazadores montados de los Andes y a los Lanceros de Chile, que arrollen la caballería de la derecha enemiga.

Bueras y Freyre cumplen bizarramente la orden: llevan una irresistible carga a fondo a los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción" que salen a su encuentro, los hacen pedazos y los persiguen largo trecho en desbande hasta dispersarlos completamente. Bueras muere en la carga, atravesado de un balazo. Freyre, tomando el mando de todos los escuadrones, trepa la altura y amaga el flanco derecho de Ordóñez. La caballería realista de ambos costados ha desaparecido. El combate final se traba entre la infantería argentino-Chilena y la española.

Los tres batallones de la reserva mandados por Quintana, forman en línea de masas: el núm. 7 de los Andes más avanzado a la izquierda; el núm. 3 y núm. 1 de Chile al centro y la izquierda, un poco más a retaguardia.

Al trepar la altura, encuéntranse casi a quemarropa con las columnas de Ordóñez y Morla, que ocultas por un pliegue del terreno obligaban en aquel momento sobre su izquierda para hacer frente al nuevo ataque, sin cuidarse de la deshecha división de Alvarado. El "Burgos", que no había entrado en pelea en el primer encuentro, hace flamear su secular bandera, laureada en Baylén y sus soldados entusiasmados gritan: "¡Aquí está el Burgos! ¡Diez y ocho batallas ganadas! ¡ninguna perdida!". La batalla se empeña con nuevo ardor a los gritos de "¡Viva la Patria! ¡ Viva el Rey!" Independientes y realistas hacen esfuerzos heroicos para alcanzar la victoria. Las distancias se estrechan.

Los independientes atacan con impetuosa intrepidez. Los realistas resisten tenazmente, sin retroceder un solo paso.

"Con dificultad," dice San Martín en su parte, "se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido, y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz."

La división de Alvarado, rehecha en gran parte, entra al fuego por el mismo punto por donde había trepado antes la lomada, y concurre al ataque de la reserva, a la vez que Borgoño con ocho piezas marcha al galope a ocupar la puntilla del este.

La derecha patriota con la artillería de Blanco Encalada avanzada, converge al centro y toma la retaguardia de los realistas. La caballería de Freyre vencedora, amaga su flanco derecho. El "Burgos" agita su bandera, y pelea como un león. El batallón "Arequipa", mandado por Rodil, mantenía impávido su posición.

Los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", dirigidos personalmente por Ordóñez, se baten con desesperación. En esos momentos, el general en jefe del rey, abandona el campo de batalla y se entrega a la fuga. Ordóñez, el más digno de mandar a los realistas en la victoria y en la derrota, toma la dirección de la formidable columna de la infantería española, e intenta desplegar sus masas; pero el terreno le viene estrecho, y se envuelve en sus propias maniobras.

El núm. 7 de los Andes y el núm. 1. de Chile cargan a la bayoneta, a los gritos de "¡Viva la libertad!" y la escolta de San Martín, al mando del mayor Angel Pacheco, juntamente con Freyre cargan sobre su flanco derecho. El "Burgos" forma cuadro, y rechaza las cargas, aunque con grandes pérdidas. Hacía media hora que duraba el porfiado combate. Los realistas, circundados, sin caballería que los apoye y exhaustos de fatiga, vacilan y empiezan a cejar, pero sin desordenarse.

La última esperanza, es la reserva de granaderos desprendida de la izquierda que no pudo llegar a tiempo, y los cazadores de Morgado que perseguidos de cerca por Las Heras, quedan cortados y se precipitan en fuga sobre el callejón de "Espejo". Ordóñez, con sus filas raleadas emprende con serenidad la retirada hacia la hacienda de "Espejo", formado en masa compacta.

San Martín redobla sus órdenes para que la persecución se haga vigorosamente a fin de impedir toda reacción, y condensa su ejército. Ordóñez continúa impávido su movimiento retrógrado, y con sus últimos restos se refugia en la hacienda de "Espejo".

PARTE DE MAIPU

La batalla estaba decidida por los independientes. San Martín, con el laconismo de un general espartano, dicta desde a caballo el primer parte de la batalla, y el cirujano Paroissien lo escribe, con las manos teñidas en la sangre de los heridos que ha amputado: "Acabamos de ganar completamente la acción.

Un pequeño resto huye: nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. La patria es libre". Los enemigos del gran capitán sudamericano han dicho, que San Martín estaba borracho al escribir este parte. Un historiador chileno lo ha vengado de este insulto con un enérgico sarcasmo: "Imbéciles! ¡Estaba borracho de gloria!".

En ese instante oyéronse grandes aclamaciones en el campo. Era O’Higgins que llegaba. El Director, al saber que la batalla iba a empeñarse, devorado por la fiebre causada por su herida, monta a caballo y al frente de una parte de la guarnición de Santiago, se dirige al teatro de la acción.

Al llegar a los suburbios, oye el primer cañonazo y apresura su marcha. En el camino, un mensajero le da la noticia que el ala izquierda patriota ha sido derrotada, y sigue adelante sin vacilar; pero al llegar a la loma tuvo la evidencia del triunfo. Adelantóse a gran galope con su estado mayor, y encuentra a San Martín a inmediaciones de la puntilla sudoeste del triángulo, en momentos que disponía el último ataque sobre la posición de "Espejo": le echa al cuello desde a caballo su brazo izquierdo, y exclama: "¡Gloria al salvador de Chile!".

El general vencedor, señalando las vendas ensangrentadas del brazo derecho del Director, prorrumpe: "General: Chile no olvidará jamás su sacrificio presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta." Y reunidos ambos adelantáronse para completar la victoria. Eran las cinco de la tarde, y el sol declinaba en el horizonte.

RESISTENCIA DE ORDOÑEZ

La batalla no estaba terminada. Ordónez, sin desmayar, se había posesionado del caserío de "Espejo", dispuesto a salvar el honor de sus armas con la resistencia, o la vida de sus soldados en una retirada protegida por la oscuridad de la noche.

Reconcentró allí las compañías de granaderos y cazadores casi intactas, y los restos del "Burgos", el "Concepción" y el "Infante don Carlos", habiéndose el "Arequipa" retirado del campo con su comandante Rodil.

El valeroso general español, con una admirable sangre fría, lo dispone todo personalmente con habilidad y decisión. Coloca en el fondo del callejón, tras una ancha acequia frente de un puentecillo, los dos únicos cañones que le quedaban, sostenidos por cuatro compañías de fusileros.

Forma el grueso de su infantería sobre una pequeña altura fronteriza a las casas, dando cara a los dos frentes vulnerables; reconcentra en el patio de las casas su reserva, pronta a acudir a todos los puntos amenazados; cubre con destacamentos los callejones laterales, y extiende en contorno, protegidos por las tapias y emboscados en las viñas, un círculo de cazadores. En esta actitud decidida espera el último ataque.

TRIUNFO FINAL

Las Heras es el primero que persiguiendo a los cazadores de Morgado, llega a la puntilla sudoeste, fronteriza a la boca alta que domina el callejón de "Espejo". Dióse cuenta inmediatamente de la situación, y prudentemente dispuso que el batallón descendiera al llano y se ocultase tras de un pequeño mamelón al oriente del caserío (izquierda española) y esperase la señal de un toque de corneta para coronarlo y romper el fuego.

A medida que fueron llegando otros batallones, les señaló sus puestos, y estableció convenientemente la artillería en la parte alta de la puntilla, a fin de cañonear la posición antes de dar el asalto.

En esos momentos se presenta el general Balcarce, y ordena imperiosamente que el batallón Cazadores de Coquimbo ataque sin pérdida de tiempo por el callejón. El comandante Thompson, da la señal y penetra resueltamente en columna al desfiladero. Allí es recibido por la metralla de las dos piezas que lo defendían. Pretende avanzar; pero nuevas descargas de fusilería del frente y de los flancos, lo detienen, y al fin lo hacen retroceder en derrota, dejando en el sitio 250 cadáveres, salvando con todos sus oficiales heridos.

Volvióse entonces al bien calculado plan de Las Heras. Los comandantes Borgoño y Blanco Encalada rompieron el fuego con diecisiete piezas que en menos de un cuarto de hora desconcertó las resistencias, obligando a los realistas deshechos por el cañoneo, a refugiarse en las casas y en la viña del fondo. La señal de asalto se da: el núm. 11, sostenido por dos piquetes del 7. y 8. de los Andes, carga por el flanco rompiendo tapias, y pasa a la bayoneta cuanto se le presenta.

La batalla estaba terminada. Los realistas se dispersan en pelotones en las encrucijadas, viñas y potreros adyacentes. En ese momento hace su aparición en la lucha final, un regimiento auxiliar de milicias de Aconcagua, que lazo en mano se apodera de centenares de prisioneros como de reses en el aprisco.

Los vencedores irritados por el sacrificio del Coquimbo, continuaban matando, cuando se presentó Las Heras, y mandó cesar la inútil carnicería. Pocos momentos después le entregan sus espadas como prisioneros, el heroico general Ordóñez, el jefe de estado mayor Primo de Rivera, el jefe de división Morla, los coroneles de la caballería Morgado y Rodríguez, y con excepción de Rodil, todos los oficiales de la infantería realista, Laprida, Besa, Latorre, Jiménez, Navia y Bagona, y multitud de oficiales.

Las Heras alargó ambas manos a Ordóñez, y lo saludó como a un compañero de heroísmo, ofreciéndole noblemente su amistad, y amparando con su autoridad a sus compañeros de infortunio.

TROFEOS DE MAIPU

Los trofeos de esta jornada fueron, doce cañones, cuatro banderas,; un general, cuatro coroneles, siete tenientes coroneles, 150 oficiales y 2.200 prisioneros de tropa; 3.850 fusiles, 1.200 tercerolas, la caja militar, el equipo y las municiones del ejército vencido.

1200 realistas perecieron en el campo de batalla.

Esta victoria, la más reñida de la guerra de la independencia sudamericana, fue comprada por los independientes a costa de la pérdida de más de 1.000 hombres entre muertos y heridos, pagando el mayor tributo los libertos negros de Cuyo de los cuales quedó más de la mitad en el campo.

Importancia de Maipú

Más que por sus trofeos, Maipú fue la primera gran batalla americana, histórica y científicamente considerada. Por las correctas marchas estratégicas que la precedieron y por sus hábiles maniobras tácticas sobre el campo de la acción, así como por la acertada combinación y empleo oportuno de las armas, es militarmente un modelo notable si no perfecto, de un ataque paralelo que se convierte en ataque oblicuo, por el uso conveniente de las reservas sobre el flanco más débil del enemigo por su formación y más fuerte por la calidad y número de sus tropas, inspiración que decide la victoria, siendo de notarse, que San Martín, como Epaminondas, sólo ganó dos grandes batallas, y las dos, por el mismo orden oblicuo inventado por el inmortal general griego.

Por su importancia trascendental, sólo pueden equipararse a la batalla de Maipú, la de Boyacá, que fue su consecuencia inmediata, y la de Ayacucho que fue su consecuencia ulterior y final; pero sin Maipú, no habría tenido lugar Boyacá ni Ayacucho. Vencidos los independientes en Maipú, Chile se pierde para la causa de la emancipación, y con Chile, probablemente la revolución argentina, encerrada dentro de sus fronteras amenazadas por dos ejércitos vencedores por sus dos puntos más vulnerables, desde entonces inmunes.

Sobre todo, sin Chile, no se obtiene el dominio naval del Pacífico, la expedición al Bajo Perú se hace imposible, y Bolívar no hubiera podido converger hacia el sur, aún triunfando en el norte de los ejércitos españoles con que luchaba, y de hacerlo, se habría encontrado con 30.000 hombres que le hicieran frente y el mar cerrado.

Además, Maipú quebró para siempre el nervio militar del ejército español en América, y llevó el desánimo a todos los que sostenían la causa del rey desde Méjico hasta el Perú, dando nuevo aliento a los independientes. Chacabuco había sido la revancha de Sipe-Sipe: Maipú, fue la precursora de todas las ventajas sucesivas. Tuvo además, el singular mérito de ser ganada por un ejército derrotado e inferior en número a los quince días de su derrota, ejemplo singular en la historia militar.